¿Alguna vez te has parado a pensar por qué Cervantes, Shakespeare, García Márquez o Ruíz Zafón han llegado a ser escritores de éxito? y es más, ¿sabrías decir cómo han conseguido llegar al alma de sus lectores?. Pues la respuesta no es simple. Detrás de un buen escritor y su escrito hay un proceso tan complejo y maravilloso como en su día lo fue la composición de la partitura de la Novena Sinfonía para Beethoven. A lo largo de este blog, trataremos de dilucidar cuál es el trasfondo de un escrito de calidad, siguiendo a Daniel Cassany en su libro "Describir el escribir".
Cuando uno comienza a leer el capítulo dedicado a la composición de un escrito, descubre muchos de los errores que cometemos a la hora de expresarnos mediante un texto. Solo con indicar que es precisa una planificación, encontramos el principal fallo de un mal escrito. Sin un plan preconcebido en el que estructuremos nuestras ideas, difícilmente podremos obtener entre ellas una coherencia. Este es uno de los puntos clave en las estrategias de composición que Cassany nos propone. Igualmente se hace necesario que el autor emprenda una labor de empatía con su lectores, ponerse en el lugar de ellos, cómo se sentirán a leer sus palabras, si llegarán a comprender el transfondo del texo, si compartirán los mismos sentimientos que el autor quiere transmitir.
A lo largo de una serie de estudios realizados en los años ´70 y ´80, Cassany nos muestra grandes diferencias entre un buen y un mediocre escritor. Entre otras, un buen escritor deja que las nuevas ideas fluyan durante la composición, haciéndola flexible, capaz de introducirlas de forma que enriquezcan aún más lo escrito. Esto hace que el buen escritor relea una y otra vez su escrito. La relectura le permite no solo corregir errores de forma, sino de contenido y contexto, cosa que el inexperto o mediocre no hace, tan solo se detiene en la ortografía, la gramática o la semántica, o que viene a ser la forma y no el fondo. Todo este proceso es mucho más complejo y rico en un escritor experto que en un mal escritor. Lo que Cassany denomina recursividad, puesto que mientras el inexperto planifica de manera lineal, planificación-borrador-revisión-texto final, el buen escritor es aquel que vuelve sobre sus pasos haciendo segundo borrador y tercero o cuarto, seguidos de nuevas revisiones a la vez que introduce una y otra vez ideas nuevas.
Aparte de estas estrategias de composición, el que escribe ha de utilizar una serie de estrategias de apoyo, porque, ¿quién no se ha quedado alguna vez en blanco a la hora de buscar la expresión justa? ¿quién no ha dudado alguna vez entre si escribir una palabra con h intercalada o no? ¿o quizá a la hora de adjudicar una buena frase a su justo autor?. En estos casos, Cassany recomienda echar mano de una serie de recursos muy útiles a nuestra memoria, ya sea mediante reglas mnemotécnicas, libros de consulta, diccionarios, etc, lo que él llama microhabilidades. Otro problema que puede surgir, cómo estructurar un texto según su tipología, su función o intencionalidad. En este caso pues, lo más adecuado es acudir a formularios o modelos ya establecidos que nos den el molde más ajustado a lo que pretendemos escribir.
Por último, un buen escritor, ha de tener en cuenta una serie de datos complementarios para su composición. Estos datos son las lecturas apoyadas en esquemas o bien en resúmenes. Un buen lector es aquél que no solo comprende el léxico, sino el sentido, la estructura y la intención del texto. Un esquema ayuda al lector a crear coherencia en su lectura, en dar sentido a las ideas que se le transmiten y una lucidez en su entendimiento. Los esquemas permiten jerarquizar las ideas clave frente a las menos importantes, los adolescentes tienden a elegir como principal, la primera frase del texto, mientras que el buen lector sabe encontrar la frase exacta y más importante, que no siempre es la primera. En cuanto a los resúmenes, su función es la de hacer propio el escrito, pudiendo abstraer del sentido literal, nuestro propio escrito. Fundir nuestra lectura con nuestros conocimientos previos y nuestra capacidad de abstracción. Esta última es más poderosa en el adulto que en el adolescente, por lo que sus lecturas siempre serán más literales que las de sus mayores.
Cuando uno comienza a leer el capítulo dedicado a la composición de un escrito, descubre muchos de los errores que cometemos a la hora de expresarnos mediante un texto. Solo con indicar que es precisa una planificación, encontramos el principal fallo de un mal escrito. Sin un plan preconcebido en el que estructuremos nuestras ideas, difícilmente podremos obtener entre ellas una coherencia. Este es uno de los puntos clave en las estrategias de composición que Cassany nos propone. Igualmente se hace necesario que el autor emprenda una labor de empatía con su lectores, ponerse en el lugar de ellos, cómo se sentirán a leer sus palabras, si llegarán a comprender el transfondo del texo, si compartirán los mismos sentimientos que el autor quiere transmitir.
A lo largo de una serie de estudios realizados en los años ´70 y ´80, Cassany nos muestra grandes diferencias entre un buen y un mediocre escritor. Entre otras, un buen escritor deja que las nuevas ideas fluyan durante la composición, haciéndola flexible, capaz de introducirlas de forma que enriquezcan aún más lo escrito. Esto hace que el buen escritor relea una y otra vez su escrito. La relectura le permite no solo corregir errores de forma, sino de contenido y contexto, cosa que el inexperto o mediocre no hace, tan solo se detiene en la ortografía, la gramática o la semántica, o que viene a ser la forma y no el fondo. Todo este proceso es mucho más complejo y rico en un escritor experto que en un mal escritor. Lo que Cassany denomina recursividad, puesto que mientras el inexperto planifica de manera lineal, planificación-borrador-revisión-texto final, el buen escritor es aquel que vuelve sobre sus pasos haciendo segundo borrador y tercero o cuarto, seguidos de nuevas revisiones a la vez que introduce una y otra vez ideas nuevas.
Aparte de estas estrategias de composición, el que escribe ha de utilizar una serie de estrategias de apoyo, porque, ¿quién no se ha quedado alguna vez en blanco a la hora de buscar la expresión justa? ¿quién no ha dudado alguna vez entre si escribir una palabra con h intercalada o no? ¿o quizá a la hora de adjudicar una buena frase a su justo autor?. En estos casos, Cassany recomienda echar mano de una serie de recursos muy útiles a nuestra memoria, ya sea mediante reglas mnemotécnicas, libros de consulta, diccionarios, etc, lo que él llama microhabilidades. Otro problema que puede surgir, cómo estructurar un texto según su tipología, su función o intencionalidad. En este caso pues, lo más adecuado es acudir a formularios o modelos ya establecidos que nos den el molde más ajustado a lo que pretendemos escribir.
Por último, un buen escritor, ha de tener en cuenta una serie de datos complementarios para su composición. Estos datos son las lecturas apoyadas en esquemas o bien en resúmenes. Un buen lector es aquél que no solo comprende el léxico, sino el sentido, la estructura y la intención del texto. Un esquema ayuda al lector a crear coherencia en su lectura, en dar sentido a las ideas que se le transmiten y una lucidez en su entendimiento. Los esquemas permiten jerarquizar las ideas clave frente a las menos importantes, los adolescentes tienden a elegir como principal, la primera frase del texto, mientras que el buen lector sabe encontrar la frase exacta y más importante, que no siempre es la primera. En cuanto a los resúmenes, su función es la de hacer propio el escrito, pudiendo abstraer del sentido literal, nuestro propio escrito. Fundir nuestra lectura con nuestros conocimientos previos y nuestra capacidad de abstracción. Esta última es más poderosa en el adulto que en el adolescente, por lo que sus lecturas siempre serán más literales que las de sus mayores.